jueves, 21 de octubre de 2010

              NUNCA LO HABÍA HECHO

Autora: Lely Spanker

Ayer me habló a casa el médico de la familia para avisarme que mi hijo, ya de 24 años, había ido a verlo por un malestar estomacal, que en realidad no era nada grave pero que le había recetado una medicación que él, conociendo a mi hijo, sabía que no iba a cumplir.

Rápido me contó por el teléfono qué era lo que le había recetado y además como su hijo y el mío eran amigos, sabía que a la noche había salido y tomado mucho alcohol, cosa que él le había pedido que no hiciera  por unos días para ayudar. Pero él como siempre, no había hecho caso.

Bastante molesta pensando que era grande ya, después de dar vueltas decidí ir a su departamento para ver cómo estaba y qué había hecho con lo dicho por su médico. Llamé y después de unos minutos me contestó, bajó y me abrió; yo entré y fui a su departamento que ya tenía la puerta abierta.
-Hola mamá ¿qué haces acá?-me dijo al saludarme.
-Nada, sólo vine para ver como estabas, me llamó el médico-le contesté.
-Para qué te llamó, qué pesado que es-
-Bueno, ya que estás tan superado-le dije- ¿por qué tomaste alcohol? ¿qué te dijo él?
-Má… ¡no seas exagerada! no tomé más que 3 cervezas
-Sólo 3 cervezas… Bien, y los remedios ¿te los pusiste?
-No má… ¿cómo me va a decir que me ponga un supositorio y una enema? ¿qué se piensa, que soy un nene?
-¡Ah, qué bien! Tomaste alcohol, no te pusiste la medicación… Y ¿cómo pensás curarte?
-Má… no me molestes. Estoy con mucho sueño y me duele el estómago…

Yo ya me había enojado más de lo que pensaba y esa última frase fue lo que me faltaba. Entonces caminando hacia su cama donde él iba a acostarse, me senté en la cama y le dije que iba a hacer algo que nunca había hecho, pero que realmente hoy no podía dejarlo pasar por más grande que estuviera. Estaba con un pijama y el calzoncillo. Se sacó el pijama y antes que se acostara lo tomé del brazo y lo puse sobre mis rodillas boca abajo .

-Hijo, ya sos grande ¡es una vergüenza! Como no te cuidás, ahora vas a recibir las nalgadas que nunca recibiste.

Él me miró asombrado y me dijo:

-Má… ¿que pensás hacer, estás loca?

Peor me puso esa contestación entonces empecé a pegarle en la cola primero sobre el calzoncillo: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez…
-Pará mamá ¿estás loca? ¿qué estás haciendo? ¿te das cuenta lo que estás haciendo? 
 
Intentó levantarse y le dije:

-Mirá hijo… Hoy vas a aprender a ser un poco más responsable.

Y en ese momento le bajé el calzoncillo.

-¿Qué hacés mamá?
-Ahora vas a ver qué hago…

Ahí comencé a pegarle en la cola desnuda. Estaba totalmente avergonzado y primero me decía: “terminá mamá, dejate de pavadas”. Pero como yo no paraba, por el contrario, le pegaba más fuerte. Le di 20 palmadas en cada cachete, ya tenía la cola totalmente roja y la protesta comenzó a transformarse en una súplica y casi llanto.
-Basta mamá. ¡Está bien, tenés razón!

Pero mientras le iba pegando, le decía: “Sos un grandulón irresponsable, no sabés cuidarte, y como actúas como un nene te voy a tratar como tal”. Y así seguí golpeando hasta que mis manos y sus ojos no aguantaban más. Al dejar de pegarle tenía sus cachetes totalmente rojos e hirviendo; sin dejar que se levante le dije:

-Te voy a tomar la temperatura como a los niños: en la cola.
-Basta mamá ya te entendí. No me avergüences más…
-¡Nada! No me importa tu vergüenza.

Así que saqué el termómetro de la mesa, lo unté en vaselina, le abrí las nalgas y le metí el termómetro, siempre escuchando el “no mami, basta, perdoná”. Pero yo no le dije nada y le di otra palmada en la cola. “¡Quedate quieto!”. Así que se quedó tumbado y rendido hasta que le saqué el termómetro: no tenía fiebre. Se iba a levantar y lo empujé sobre mis piernas
 -No te muevas de acá. Decime: el supositorio no te lo pusiste, ¿no?
-No má, no me lo puse…
-Bien, ahora te lo pongo yo.

Le abrí los cachetes de nuevo, saqué el supositorio del envoltorio y aunque escuchaba sus protestas y pedidos le puse el supositorio y lo empujé con el dedo bien adentro. Luego, vi que se salía de su cola por la fuerza que hacía para que no se lo pusiera. Inmediatamente se lo saqué y le di 10 palmadas más en la cola, y le dije: “dejá que te ponga el supositorio porque va a ser peor para vos” Saque otro supositorio de su envoltorio y le abrí los cachetes. Le quise poner el segundo: hizo la misma fuerza que antes, se le salió. Le di otras 20 palmadas más y saqué otro. Se lo puse. Esta vez entró bien porque no hizo más fuerza; al entrar le apreté los cachetes para que no se salga. Luego volví a abrirlos y ya había desaparecido el supositorio.

-Ahora -le dije- te levantás y te quedás con la ropa baja en ese rincón, y mejor que no te muevas.
-Sí má ¡seguro! –en ese momento sonaron dos golpes más en la cola. Él se pasó la mano por los cachetes y “¡ayyyy!”. Me miró y decidió quedarse parado en el rincón como le había dicho. Mientras, fui a preparar el agua para la enema que le había indicado el médico. A los cinco minutos regreso con el irrigador lleno de agua y la cánula.

-No mamá, eso sí que no. No pienso dejar que me hagas esa enema – me dijo .Yo acomodé todo sobre la mesa y le dije:
-Hoy no vas a tener derecho a nada, sólo cumplir con las órdenes del médico y mías –
-No, no mamá… Eso sí que no-

Lo tomé otra vez del brazo lo atraje hacia la cama, me senté en ella y lo volví a voltear sobre mis piernas.

-Hoy no podes decir que no a nada , así que será mejor que te calles-.
-No mamá… eso si que no.

Levanté un poco una pierna para que su cola quedara bien expuesta nuevamente, tomé una zapatilla que había en el piso y le di 15 zapatillazos en las nalgas golpeándolas cada vez más fuerte .

-¡No mama, otra vez no! ya me pegaste suficiente… aaayyyyyyy, aaayyyyyyy, aaayyyyyy… Ya mamita ¡por favor.!
-Yo te dije hoy ibas a recibir lo que nunca habías recibido. Seguís protestando y no puede ser.

Seguí bajando golpes: veinte, treinta más de cada cachete. Con cada golpe le repetía: “vas a obedecer al médico, vas a obedecer sus órdenes, recibirás las medicinas que te indique”. Ya en la mitad de los golpes no pudo más y empezó a lagrimear. Me decía: “está bien mamá, perdón… No voy a volver a desobedecer al médico, por favor, basta…”

Al llegar a las sesenta nalgadas y con la cola dolorida le dije que se pusiera de rodillas en la cama y la cara sobre el colchón. Por supuesto empezó a protestar, pero le dije que si no obedecía iba a conocer el cepillo. Finalmente accedió con mucho miedo y vergüenza. Le puse vaselina en el ano y en la cánula, así la apoye en el ano y comencé a introducirla con las protestas y quejas por lo que estaba pasando. Una vez que entró bien la cánula, abrí la canillita y comenzó a entrarle el agua. Siguieron los “¡ay mamá, me duele la cola… me duele la panza… no aguanto mami…”

-Tenés que aguantar el agua, no seas exagerado- Le movía la cánula y se quejaba, hasta que pasó toda el agua.
-Ahora acostate un poco de costado en la cama, hijo -le dije. Así lo hizo pero emitiendo pequeños quejidos tal como si fuera un chico, me acerqué le acaricié la cabeza y le dije que ya podía ir al baño. Así lo hizo. Se higienizó y después volvió a la habitación y se recostó en la cama.

-Mamá ¡cómo me diste hoy! Nunca me habías pegado así. ¡Me dolió! -y se masajeaba las nalgas.
-Pero ese todavía no era el castigo -le dije- era sólo el cumplir con las órdenes del médico.

Ahora iba a recibir el castigo que merecía: asi que lo volví a poner sobre mis faldas, tomé el cepillo del pelo, le di treinta cepillazos y lo mandé a bañar. Iba a cerrar la puerta pero yo no lo dejé; le dije que empezara a bañarse. Todo avergonzado comenzó a bañarse y como le dolía la cola, no se refregaba bien. Entonces me acerqué a él, lo incliné en la bañera con la cola debajo del agua, le limpié bien la cola abriéndole los cachetes y mirando que quede bien limpio. Cuando terminó empezó a secarse, y yo terminé de secarle la cola. Al rato le empezó a doler la cabeza, así que le volví a tomar la fiebre y esta vez tenía fiebre de nuevo. Llamé al médico y me dijo que le aplicara una inyección que me había indicado y que yo había llevado por las dudas.
 
Él seguía acostado porque después del baño y el termómetro lo hice acostar. Preparé una inyección y fui a su pieza. Lo hice ponerse boca abajo, le empecé a pasar el algodón con el alcohol y ahí reaccionó. Se dio vuelta y me dijo: “¡ah, no! No mamá, eso no. No me vas aplicar la inyección. Sabés el miedo que le tengo”.

Dejé la jeringa en la mesita de luz y sin decir palabra saqué dos supositorios de glicerina. Lo acomodé otra vez sobre mis piernas y le dije: “Esto es parte del castigo”. Le abrí los cachetes, le puse un supositorio y detrás el otro. Lo dejé quejándose en la cama; fui a buscar unos polvitos de pimienta y le volví a abrir las nalgas. Eché un poco de la pimienta en la cola,  haciendo que inmediatamente le empezara a arder. Comenzó a quejarse y a pedir que lo deje ir a lavarse al baño, pero le dije que iba a tener que esperar hasta que yo quisiera. Lo retuve un rato en la cama, no sin antes darle unas cuantas palmadas más en la cola. Después de veinte nalgadas aproximadamente, lo hice levantar, lo dejé que hiciera lo que los supositorios produjeron, se limpió la cola, pero yo nuevamente le revise la cola como a un chico. Estaba limpia pero como yo quería castigarlo le dije que no se había lavado bien y lo volví a meter debajo de la canilla y  se la lavé.

Así como estaba lo hice que se quedara en el rincón de la cocina con la cola al aire. Estuvo quince minutos. Lo llamé, lo hice acostar, y le apliqué la inyección a pesar de sus pataleos y sus quejas. Luego le dije que se quedara acostado…

1 comentario:

  1. BUENO ESTE RELATO NO ES MIO ARRIBA AL INICIO SE DETALLA EL NOMBRE DE LA AUTORA, PERO SI ES UNO DE MIS FAVORITOS!! ESPERO QUE DISFRUTEN IGUAL K YO ;D

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